miércoles, 22 de agosto de 2012

De los enojos del Español (Relatos de Tita)


Los chiquillos (los adultos también) a menudo, piensan en su ´´tita´´ como aquella señora de enaguas largas, con olorcito a comida recién hecha, de abrazo maternal, regazo calientito, canas plateadas y tono cariñoso. La abuelita ´´chineadora´´, que no mata una mosca y que siempre fue fiel y servil a su familia. Doña Claudette Beeche Lizano, Tita o Tita Cohete nunca fue de esas. Orgullosa, intelectual, con un carácter ´´de los mil demonios´´, terca como una mula, era una gran mujer de armas tomar.
Abogada, igual que su papá y que su abuelo paterno, no desistió jamás en su deseo de ser periodista deportiva y estudió hasta el día de su muerte, porque: - como decía papá, el conocimiento es lo único que nadie te puede robar-
Revolucionaria y de ideas fijas, su desprecio por los hombres parecía ser más una actitud aprendida que el efecto de los ´´cabrones ´´ que tuvo por maridos. Pero ésto no evitó que fuera súper coqueta, le encantaban las blusas de colores, se hacía las uñas una vez por semana e ir ´´donde Tina´´(al salón de belleza) a peinarse era casi una religión.
Éstas son algunas de las historias y experiencias que como su nieta y ahijada viví con Tita Tita Titita.

De los enojos del Español

´´Claudet Biish al consultorio dos´´, gritó la enfermera desde la puerta. Mientras un vapor blanco pululaba de la nariz de mi abuela cual búfalo enfurecido.

-¿Por qué no pueden decir mi nombre bien? - Era una queja común cuando acompañaba a Tita al hospital. Nadie sabía pronunciar su nombre.

Siempre pasaba lo mismo, en el Hospital México, en ´´La Corte´´ (La Corte Suprema de Justicia) en la UCR y por supuesto y porque es genético, siempre se enojaba y se quejaba.

Lo de ser ´´quejimbres´´  es de familia, así que como esponja de las actitudes de las matriarcas Beeche Lizano (mi abuela y mi tía abuela), siempre vi esto como algo muy normal, pero ya más crecidita pensé: bueno, es que no todo el mundo sabe de idiomas.

Algún tiempo después por ahí de mis nueve años me dí cuenta de que Ata (mi tía abuela Marta Beeche) también  se molestaba por temas de pronunciación; y claro ¿cómo no?,  la profesora de Francés enamorada de Francia y todas sus extensiones, detestaba con su exasperada alma que los carros tan elegantes que por ahí de los noventa eran lo más ´´sofis´´, en vez de llamarlos Peugeot (pejoot, pronunciado con boquita de pescado)  la gente les dijera pijot, como si fuera un nombre en Inglés.

Aunque pensándolo bien mis señoras tenían razón.
Es que si no se conoce la lengua extranjera, pues se pronuncia la que se sabe hablar, Beeche por ejemplo es un apellido español, ¿cuál es el afán de decir Bish; no sería más fácil pronunciar todo en nuestro idioma? Lo mismo con Peugeot. ¿Por qué pijot? Más sencillo decirlo como suena.
Esta disyuntiva siempre me ha dejado la duda. ¿Será entonces que en Costa Rica todo lo que no es tico, es gringo? Hmmm difícil de explicar…

Otra de las situaciones lingüísticas que se suscitaban en nuestros paseos eran las ´´correcciones ortográficas vocales´´; sí así como suena. Además de no dejarnos poner los pies sobre los periódicos que cubrían la alfombra de hule, que protegían las alfombras de felpa de su Datsun rojo, Tita nos corregía cualquier indicio de palabra mal pronunciada o no acentuada correctamente. Su método de reprimenda favorita era clavar sus uñas rojas en la muñeca hasta que alguna de sus tres nietas dijera: ¡AYYYYYY!

¡Pero sirvió! Digo no que me hiciera una persona muy dulce, pero por lo menos al día de hoy todavía siento el carmín como va subiendo desde mi ombligo, pasando por la punta de mi nariz y llegando hasta el último cabello de mi cabeza cuando tengo una falta ortográfica. Y aunque me pongo colorada, por lo menos no me conformo con el actual e inexpresivo ´´lol´´ (que además de ser anglicismo es abreviatura, o sea doble puntaje) para decir: jajajajajaja… ¡qué risa!

Lo que recuerdo con más cariño eran nuestras tardes de café, que así como en algún momento fueron tardes de café y cromos, café y camba, café y muñequitas de papel, café y bordado, café y póquer (cuando nos hicimos más grandes), también fueron por un tiempo tardes de café y vocabulario, cuando nos sentábamos a adivinar las palabras de Selecciones y Escuela para Todos. Lo más impresionante de esta situación es que Doña Claudette siempre adivinada por lo menos el 90% de las palabras, yo no pegaba ni una y a menudo pensaba: ¡cuando sea grande fijo las voy a saber todas! Todavía no logro más del 30%...

La vida, por dicha, me ha traído amigos que tuvieron una crianza similar y que sirven de fuete cada vez que se comete algún error. Aunque el castigo no es físico (generalmente es una burla o una crítica entre carcajadas) sí sirve para retroalimentarse y mantenerse al día con las palabras de ayer, hoy y siempre.

Por ahí  nos  toca enfrentarnos con unos pocos conocidos que nos tachan de tradicionalistas  y retrógrados porque intentamos mantener las tradiciones, y es que aunque nuestras abuelas ya estén del otro lado de la cerca todavía nos indignamos y quisiéramos enterrarle las uñas a tan descarados redactores y mal educados interlocutores. Pero es que ¿por qué no mantener las tradiciones de quienes tan buenas tradiciones tenían?

Y así, con esos intermedios de furia ortográfica y gramatical, disfrutábamos nuestras andanzas mi abuela y yo.

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